lunes, 26 de febrero de 2007

Música para la gente

Si me preguntaran por mi panorama o carrete ideal, mi respuesta sería rotunda: UN RECITAL. Creo que mi melomanía -en parte, en sus inicios- se la debo a mi papá. Crecí en un ambiente donde la música siempre ha sido fundamental, compañera de viajes e historias comunes, en el cual los vinilos ocupaban un importante espacio en la casa y tener un buen equipo era más importante que el refrigerador.

Amnistía de 1990 fue mi primera experiencia en conciertos – uno de los primeros luego del retorno a la democracia, y de un largo tiempo sin espectáculos masivos- , tenía sólo 11 años y mis papás nos llevaron, junto a mi hermana de 9, a disfrutar de la música en vivo.

Después de eso, en familia asistimos a otro par de recitales. Uno que recuerdo con gran emoción fue el de Paul McCartney, desde entonces he tratado siempre de estar en lo buenos conciertos, disfrutarlos y compartirlos con mi gente.

La música ha sido mi tema de conversación de muchas noches, un gancho con pololos y amigos, y deleite de grandes momentos. Lo melómano, el factor común en todas mis relaciones.

El miércoles 14 de febrero, fui a ver a Coldplay. Tuve la suerte de estar muy cerca del escenario y disfrutar de un show visceral, de esos que tocan las fibras y te paran los pelos. Chris Martin y los suyos salieron cerca de las diez de la noche, a entregar un repertorio lleno de hits, que en directo adquiere una potencia no predecible al escucharlos en sus grabaciones, y que logra que cinco mil personas se paren arriba de las sillas a cantar sus temas. Una banda con músculo –como dice mi novio- que demuestran su grandeza al verlos en vivo.

Chris Martin disfruta en el escenario: salta, se tira al suelo, dibuja sonrisas con spray en un telón, irradia simpleza y carisma, y logra una comunión increíble con el público, un feedback que no veía desde que vino Pearl Jam a San Carlos de Apoquindo. La iluminación, otro complemento esencial en el show -con láser multicolor incluido- le dio vida a cada rincón de la escenografía, lo ambientó, lo potenció.

Me gustan los recitales porque uno vibra, porque te llenan de energía, porque es el único momento para tener al frente a quienes son capaces de interpretarte a través de la música, porque es una experiencia que alimenta el alma.

Me preparo ahora para tres imperdibles, Roger Waters, Placebo y Velvet Revolver…..ahí les cuento.

martes, 6 de febrero de 2007

De Máncora….

El viernes 12 de enero, sin casi ninguna preparación, tomé un avión rumbo a Lima para irme de vacaciones a Máncora. Hasta ese momento un lugar desconocido, del cual tenía cero información, sólo que era playa. Estas fueron las vacaciones más improvisadas de mi vida, en sólo dos días, me decidí a acompañar a la Colo y la Pancha a Perú.

Tomamos un bus desde Lima, para después de 15 horas aprox, llegar a nuestro destino final: Máncora. Llegamos, pero sólo teníamos algunas referencias de Internet para el alojamiento. Obviamente las fotos, y la idea que nos habíamos hecho de los hospedajes, distaba mucho de la realidad, por eso lo dejamos en manos de un conductor de moto-taxi –una especie de scooter que traslada pasajeros por todo el pueblo- quien nos llevó a unas lindas cabañas. El lugar donde llegamos era totalmente nuevo, no habían más huéspedes, la piscina la estaban “terminando”, por lo cual nos hicieron una buen oferta para que nos quedáramos. Vimos nuestra cabaña, y nos encantó, estábamos a diez metros del mar, con una vista increíble, el baño al aire libre y bastante espacio para las tres, Así que decidimos quedarnos. “Samana Chacra” era ahora nuestro hogar…..

Cuando llegamos no cachamos que estábamos en un lugar súper místico, onda hindú, donde se hacía yoga en las mañana y no se fumaba. Como nadie nos dijo nada en un principio, fumábamos sólo en nuestra cabaña…pasaron los días y seguíamos siendo las únicas huéspedes, por eso nos atendían como reinas, todos muy gentiles con nostras. Los peruanos son muy amables y complacientes, pero definitivamente tienen otro ritmo al nuestro, y todo es más leeeeeeeentoooo, una prueba constante a la paciencia. De hecho, la piscina que iba a estar lista dos días después de que llegamos, nunca lo estuvo…

En Samana trabajaba Gustavo, encargado de la seguridad del lugar, él muy amoroso nos dijo un día que si quería nos llevaba de paseo a conocer distintos atractivos turísticos cerca de Máncora. Accedimos, y desde ese día Gus fue nuestro amigo de paseos y carretes. Con él nos dimos cuenta cómo nos habían cagado al principio, cobrándonos el doble, a veces el triple por andar en moto taxi, o en cualquier medio de transporte. Conocimos Puerto Pizarro, y los Manglares de Tumbes, una especie de árbol que crece en el agua, cuando se une la dulce con la salada. Fuimos a un criadero de cocodrilos, estuvimos en “Cabo Blanco”, “Punta de Sal” y “Las Pocitas”, playa las tres, pero muy distintas entre sí. En Perú las diferencias sociales son muy explícitas, el contraste entre lo humilde y lo ostentoso es fuerte, porque no hay matices, lo que se ve es demasiado pobre o muy rico.

En nuestra primera semana nos dedicamos a pasear, a conocer lugares distintos del que estábamos. La segunda fue más bien de quedarnos en el pueblo y conocerlo desde adentro. Máncora es una localidad de la Provincia de Talara, está a más de mil kilómetros de Lima y es la playa más visitada por los surfistas peruanos y extranjeros. Su calle principal es la panamericana Norte, en la cual hay bares, restaurantes, y el malecón –una feria artesanal increíble- .Es un pueblo popular, hippie y tropical, de clima cálido y húmedo. Tiene una vibra especial, un efecto de relajo impresionante. La playa, la temperatura, la onda, no sé, algo hay que te hace andar como “monga” ; lenta, somnolienta, tranquila, descansada….una sensación exquisita, ideal después de un año de pega.

Otra de las grandes virtudes es la comida. Pescados y mariscos para volverse loca y demasiado barato. Por diez soles ($1700) comíamos un menú con dos platos, una entrada, que podía ser ceviche, sopa, tequeños –una masa tipo arrollado de primavera- rellenos con camarones o queso, y un segundo plato, como un atún con agregados, o arroz con mariscos, o tortilla de camarones…… en fin, muchas posibilidades por poca plata. En realidad para nosotros todo es muy barato, la comida, el carrete, la movilización, la artesanía.

Nuestra rutina diaria era sol, playa, comida y el copete de la tarde-noche, que a veces lo tomábamos en la cabaña, o íbamos al pueblo a algún bar. Las veces que salimos, terminábamos siempre en el “Bar Rojo”, lugar de encuentro después de unos tragos, y donde todos terminaban bailando generalmente al ritmo de un regetton. Harta piel, mucho calor y carrete caracterizan las noches en Máncora.

Fue un buen viaje, no conocía Perú, y el estar ahí fue una gran experiencia. Llegué tranquila, descansada, con la piel renovada y lazos más estrechos de amistad con la Colo. Por primera vez me separaba tanto tiempo del Ale, y lo eché de menos, mucho, demasiado, y por eso ahora estamos increíble, más unidos. Me encanta viajar, porque me renueva, me da energías para comenzar de nuevo.